miércoles, 2 de enero de 2008

Tumba de Tutankamon

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Tumba de Tutankamon


La historia del hallazgo de la tumba del faraón fallecido a la edad de sólo dieciocho años es muy larga, cautivadora y miste­riosa para poderla relatar aquí en su integridad. Hallada el 4 de Noviembre de 1922 por Howard Cárter quien trabajaba a las órdenes de Lord Carnavon, la tumba pasó a la historia cuanto menos por la enorme cantidad de tesoros de que estaba repleta la cámara funeraria, tesoros de que por suerte los ladrones no habían logrado apoderarse. Cárter en persona escribió el relato de este hallazgo histórico y vale la pena leerlo para vivir con él, día tras día y minuto tras minuto las varias etapas del acontecimiento.


A pesar de su fabuloso contenido, la tumba era más bien modesta, tal vez por haber sido construida a toda prisa, con motivo de la muerte improvisa del rey. Entre todos los ornamentos fúnebres halla­dos en el interior, sobresale por su belleza el sarcófago del faraón.


Historia de la Tumba de Tutankamon


En realidad sería más acertado hablar de sarcófagos, pues el cuerpo del soberano estaba contenido en tres distin­tos ataúdes: uno de madera dorada, otro también de madera adornada con pasta de vidrio y en fin un tercero de oro macizo. El sarcófago de oro del faraón es una de las obras maestras de orfebrería de todos los tiempos: mide 1,80 metros de largo y consta de 200 kilos de oro incrustado con lapislázuli, tur­quesas y cornalinas. Así y todo, lo que más llamó la atención de Cárter y de sus cola­boradores fue una pequeña corona de flores secas, último y patético saludo de su esposa al niño faraón.


En fin, a la historia del hallazgo, ya en sí romancesca, hay que añadir el capítulo todavía obs­curo de la "maldición del faraón". La muerte violenta, prematura e improvisa de los que habían tomado parte en la expedición de Lord Carnavon (excepto, hecho extraño, la del mismo Cárter), hizo correr voz de que tratábase de la venganza del faraón, cuyo reposo eterno había sido turbado. La historia está llena de leyendas parecidas, pero ésta, en realidad, no añade sino más fascinación a la aven­tura ya tan cautivadora de Tutankamón.