martes, 22 de julio de 2008

Rito de la momificación

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Rito de la momificación


La técnica de embalsamamiento de los cadáveres y de su transformación en momias se consideraba de origen divino, haciéndosela remontar a Horus, hijo de Osiris y de Isis.


La palabra momia deriva del árabe "múmiya", que según el viajero árabe del siglo XII Abd el-Latif signi­fica betún o mezcla de pez y mirra, un compuesto muy usado en la manipulación de los cadáveres, del que en la Edad Media también en Europa se hizo un intenso comercio. Antiguamente los expertos distinguían las momias naturales de las momias artificiales, conside­rando entre las primeras las que se habían conservado intactas sin someterlas a un particular tratamiento. Aún hoy se cree que la extraordinaria conservación de los cadáveres egipcios se debió sólo en parte a la per­fecta técnica de embalsamamiento y que la causa principal es el clima sumamente seco de Egipto, que permi­te la total ausencia de bacterias en el aire y en la arena. Por los bajorrelieves y pinturas hallados en las tum­bas, sabemos cómo se efectuaban los entierros en el antiguo Egipto.


El acompañamiento fúnebre era abier­to por un grupo de esclavos que llevaban ofrendas y objetos de propiedad del difunto: sus armas y su caba­llo, de haber sido él un guerrero; o sus instrumentos de trabajo, de haber sido un campesino.


Seguía el grupo de las plañideras lanzando altos y terribles gritos, arrancándose el pelo y cantando lamentos fúnebres. En fin, tras el maestro de ceremonias y el sacerdote, iba el catafalco en forma de barco solar, arrastrado so­bre un trineo por un tiro de bueyes. Seguía la familia del difunto, con sus amigos y parientes, todos vestidos de luto y ellos también llorando y gritando de dolor.


El cortejo terminaba con otro grupo de mujeres que cantaban el elogio fúnebre del difunto. A ambos lados y a lo largo del camino, una muchedumbre de holgaza­nes y curiosos asistía a la escena. Si el cementerio se en­contraba en la otra orilla del Nilo, deteníase el cortejo para embarcarse en balsas que cruzaban el río. Llegan­do al otro lado se cargaba la momia en el carro y vol­vían a formarse los grupos en el orden anterior. Una vez llegada al lugar de su último descanso, primera­mente recibía la momia las ofrendas y los saludos de despedida de sus parientes y amigos, y luego se cele­braba la "ceremonia de la apertura de los ojos y de la boca'', así llamada porque con ella se devolvían al di­funto los sentidos que había tenido en vida. En fin se depositaba la momia en la quietud de su tumba.


Cabe ahora detenerse sobre cómo era momificado el cadáver. El cuerpo del difunto era entregado en manos de los especialistas y éstos procedían al embalsama­miento, cuya primera operación consistía en extraer el cerebro por la nariz usando un garfio especial. Se lle­naba luego el cráneo con un compuesto de betún líqui­do que enfriándose lo endurecía. Se sacaban después los ojos y se reemplazaban con pupilas de esmalte. En seguida, por medio de una piedra muy afilada, se hacía una incisión en el costado izquierdo, de donde se ex­traían los intestinos y las visceras. Estas, después de tratadas con betún hirviendo, se envolvían con el cere­bro y el hígado y se colocaban en cuatro vasos funera­rios de barro cocido, piedra caliza o alabastro, o a ve­ces de piedra dura o metal, según los bienes poseídos por el difunto.


RITO DE LA MOMIFICACION Y LA CEREMONIA FUNEBRE


Estos vasos, que se colocaban cerca de la momia todos juntos en una sola vasija, tenían tapas coronadas por cuatro cabezas distintas que simboliza­ban los cuatro genios funerarios: una humana, una de chacal, una de gavilán v una canina. El interior del vientre y del estómago se lavaba luego cuidadosamente con vino de palma, se secaba con polvos de plantas aromáticas, se rellenaba después con mirra triturada o aserrín de madera perfumada, y así preparado, el cuer­po era sumergido en un baño de natrón (carbonato de sodio natural), dejándolo allí por setenta días, al cabo de los cuales la carne y los músculos se habían reabsor­bido completamente, quedando sólo la piel adherida a los huesos. El pelo de los hombres se cortaba al rape, en tanto que a las mujeres se les dejaba entera su es­plendorosa cabellera.


Se tomaban entonces unas vendas estrechas e impreg­nadas de resina en su cara inferior, y con ellas se envol­vía cada dedo separadamente, luego la mano y por úl­timo el brazo. La misma operación se hacía con cada miembro. Para la cabeza el trabajo era aún más meti­culoso: el contacto inmediato con la piel se hacía a tra­vés de un lienzo muy parecido a la muselina y varias capas de tela se aplicaban a la cara con una adherencia tan perfecta que de haber sacado de una vez las vendas, éstas hubieran podido servir de molde para hacer una máscara mortuoria. El cuerpo entero se envolvía luego en vendas y se colocaba en posición horizontal, con las manos cruzadas sobre el pecho o los brazos ex­tendidos a los costados. Los cadáveres de los faraones eran, en cambio, envueltos en una tela o en una caja de oro repujado que reproducía en relieve las facciones del difunto.


Casi perfecto es el estado de conservación de las momias en los museos egipcios de El Cairo y Alejandría y de los otros países. La momia más anti­gua que conocemos es la de Sekkeram-Saef, uno de los hijos de Pepi I, perteneciente a la VI dinastía, hallada en Saqqarah, cerca de Menfis, en 1881 y conservada actualmente en el museo de El Cairo. La habilidad de los embalsamadores ha permitido al tiempo transmitir­nos los retratos de los grandes faraones. En la cabeza marchita de Mernefta (por muchos considerado el fa­raón del éxodo hebraico) aún reconocemos la nariz ca­racterística de su familia y las cejas tupidas; en la de Ramsés II los rayos X han demostrado que sin duda el gran faraón padecía de dolor de muelas.