viernes, 28 de noviembre de 2008

Tumba del principe Amonher-Kopchef

0 comentarios

Tumba del principe Amonher-Kopchef


Esta tumba del hijo de Ramsés III (los hijos de los faraones fallecidos en la niñez eran tam­bién sepultados en el Valle de las Reinas) ofrece a la vista una decoración insólita en cuanto a matices e intensidad de colo­rido, dominando en ella un her­moso azul ultramarino. Las pinturas de la primera sala muestran al faraón presentando su hijo a varias divinidades: Tot, Ptah y los cuatro hijos de Horus: Hapi, Amset, Duamutef y Keb-senuf. Estos últimos, después de participar con Anubis en el rito de la momificación de Osiris, lle­garon a ser los dioses protecto­res de los vasos funerarios.

martes, 11 de noviembre de 2008

Tumba del principe Praher-Umenef

0 comentarios

Tumba del principe Praher-Umenef


Praher-Umenef es otro hijo de Ramsés III, fallecido en tierna edad también sepultado en este Valle como sus hermanos. La decoración de la tumba es bas­tante parecida a la de las otras sepulturas, o sea que aquí tam­bién se ve al príncipe difunto presentado por su padre a las diversas divinidades. Pero en este caso los colores dominantes son el ocre amarillo y el rosado.

sábado, 8 de noviembre de 2008

Tumba de Menna

0 comentarios

Tumba de Menna


El dueño de esta tumba, quien utilizó y agrandó una tumba preexistente, era "Escriba del catastro del Amo del Alto y Bajo Egipto". Las pinturas que la decoran (los trabajos de los campos, la romería a Abidos, los hijos de Menna) son entre las más refinadas de toda la necrópolis.

lunes, 3 de noviembre de 2008

Tumba de Rakmara

0 comentarios

Tumba de Rakmara


Es una de las más grandes tumbas de la XVIII dinastía. Pertenecía a Rakmara, "Gobernador de la Ciudad" y "Primer Minis­tro" de Tutmosis III y Amenofis III.


Las escenas que en ella están pintadas son interesantes y muestran la llegada de los tributos pagados por los pueblos extranjeros. Se ven a los enviados del país de Punt, los de Keft (tal vez Creta), los negros de Kuch y los enviados de Ratenu, Asidos y Siriacos del Norte.

sábado, 11 de octubre de 2008

Tumba de Tutmosis

0 comentarios

Tumba de Tutmosis


De difícil acceso, esta tumba contiene pinturas de un grafismo esencial y es considerada por eso una de las más hermosas de toda la necrópolis. Tutmosis III fue soberano de gran originalidad y notable importancia. Hijo ilegítimo de Tutmosis II, fue nombrado faraón a la muerte de su padre; pero por causa de su tierna edad fue depuesto por su tía Hachepsut, quien se proclamó reina regenta y fue sólo a la muerte de ésta que pudo recobrar el trono.


Tumba de Tutmosis III


Tutmosis III dio entonces rienda suelta a su venganza personal y postuma, mandando borrar sistemáticamente de todos los monumentos el nombre de la reina, reemplazádolo con el propio o el de su padre. Sus expediciones militares han que­dado célebres, principalmente la octava, sostenida contra el pueblo de los Mitanios. Salido por vía marítima, desembarcó en Fenicia y atravesó Siria transportando por el desierto los barcos que debían servirle para cruzar el Eufrates. Se enfrentó luego con las poblaciones enemigas, las derrotó y persiguió largo tiempo.

sábado, 4 de octubre de 2008

Las Tumbas Egipcias

0 comentarios

Las Tumbas Egipcias

domingo, 21 de septiembre de 2008

Tumbas de Siremput

0 comentarios

Tumbas de Siremput


Tumba de Siremput I:

Es la tumba del hijo de Zat-Seni, un príncipe de la VII dinastía. Lo muy poco que hoy queda de ella indica sin embargo que era seguramente la más grande y más lujosa de toda la necrópolis. Pueden verse todavía los restos del muro de cierre y del pórtico de entrada, de piedra caliza, ornados de finísimos bajorrelie­ves que representan al príncipe difunto. Frente a la fachada de la tumba se alzaba un porche sostenido por seis columnas.


Tumba de Siremput II:

Siremput II era "Príncipe here­dero" durante el reinado de Amenemhet II, de la VII dinas­tía. El hipogeo comprende una primera cámara sostenida por seis pilares y una galería con seis nichos en cada uno de los cuales hay una estatua de la momia del príncipe difunto. Sigue otra cámara con cuatro pilares, todos adornados con una es­pléndida imagen de Siremput. En fin se encuentra la capilla, con pinturas en las paredes que representan al príncipe sentado delante de una mesa aderezada y a su hijo rindiéndole homenaje.

domingo, 10 de agosto de 2008

Tumbas en forma de mastaba

0 comentarios

Tumbas en forma de mastaba


Las tumbas de los nobles y de los altos funcionarios de la corte del faraón que surgen en torno a la pirámide tie­nen comúnmente forma de "mastaba", palabra árabe equi­valente a "banco": son de planta cuadrangular con las pa­redes ligeramente inclinadas, tienen un cornijón en lo alto y una estela-falsa puerta de entrada precedida de un atrio o sin él. Así como el palacio del faraón difunto era similar al palacio del faraón vivo, también la mastaba era similar a la casa en que vivía el propietario del sepulcro. La tum­ba en forma de mastaba sufre un proceso de modificación inverso al de la tumba-palacio, porque la mastaba está en su origen "llena" y luego se "vacía". Probablemente ello está ligado a una diferencia socio-económica constante, por lo cual al principio los cortesanos eran enterrados en simples fosas coronadas por un túmulo de piedra, en tomo a la capilla del rey; con el desarrollo de la capilla real, tam­bién el túmulo se convierte en una auténtica casa-tumba en torno a la gran pirámide.


Dado que la "mastaba maciza" no tenía dependencias adecuadas para la "momificación", ésta se llevaba a cabo en la ciudad, en el "palacio de la vida". La purificación se realizaba en la entrada y proseguía bajo un pabellón pro­visional erigido sobre la cubierta de la mastaba. El sarcó­fago se bajaba entonces, a través de un pozo, hasta la cá­mara subterránea: una vez colocada la momia entre sus te­soros y recuerdos, los obreros procedían a cerrar sólida­mente la puerta del corredor que comunicaba la cámara se­pulcral con el pozo. Éste se llenaba con piedras, arena y tierra, tapiándoselo en la parte superior. Las ceremonias fúnebres y las ofrendas proseguían en el pequeño atrio ex­terior, delante de la falsa puerta con la imagen del difunto, tal como si éste participase en los ritos celebrados en su honor.


En la "mastaba vacía" había, en cambio, una serie de lo­cales que repetían, con mayor o menor fidelidad, la distri­bución de la casa del difunto: por lo tanto, hallamos en ella algunos cuartos para su ocupante y otros para sus familia­res. Las ceremonias de la purificación y de la apertura de los ojos y de la boca se realizaban, pues, en el interior de la tumba-casa antes de colocar el sarcófago en las entrañas de la tierra. También aumenta la importancia de los ritos y banquetes fúnebres, que se celebraban en las salas del in­terior y en los cuales el difunto participaba con su propia imagen asomándose por la "falsa puerta" o mágicamente presente desde el interior de su propio serdab. El anillo de la cadena familiar quedaba intacto, pues, entre la tierra y el cielo, y el coloquio entre vivos y difuntos se perpetuaba más allá de la muerte.

martes, 22 de julio de 2008

Rito de la momificación

0 comentarios

Rito de la momificación


La técnica de embalsamamiento de los cadáveres y de su transformación en momias se consideraba de origen divino, haciéndosela remontar a Horus, hijo de Osiris y de Isis.


La palabra momia deriva del árabe "múmiya", que según el viajero árabe del siglo XII Abd el-Latif signi­fica betún o mezcla de pez y mirra, un compuesto muy usado en la manipulación de los cadáveres, del que en la Edad Media también en Europa se hizo un intenso comercio. Antiguamente los expertos distinguían las momias naturales de las momias artificiales, conside­rando entre las primeras las que se habían conservado intactas sin someterlas a un particular tratamiento. Aún hoy se cree que la extraordinaria conservación de los cadáveres egipcios se debió sólo en parte a la per­fecta técnica de embalsamamiento y que la causa principal es el clima sumamente seco de Egipto, que permi­te la total ausencia de bacterias en el aire y en la arena. Por los bajorrelieves y pinturas hallados en las tum­bas, sabemos cómo se efectuaban los entierros en el antiguo Egipto.


El acompañamiento fúnebre era abier­to por un grupo de esclavos que llevaban ofrendas y objetos de propiedad del difunto: sus armas y su caba­llo, de haber sido él un guerrero; o sus instrumentos de trabajo, de haber sido un campesino.


Seguía el grupo de las plañideras lanzando altos y terribles gritos, arrancándose el pelo y cantando lamentos fúnebres. En fin, tras el maestro de ceremonias y el sacerdote, iba el catafalco en forma de barco solar, arrastrado so­bre un trineo por un tiro de bueyes. Seguía la familia del difunto, con sus amigos y parientes, todos vestidos de luto y ellos también llorando y gritando de dolor.


El cortejo terminaba con otro grupo de mujeres que cantaban el elogio fúnebre del difunto. A ambos lados y a lo largo del camino, una muchedumbre de holgaza­nes y curiosos asistía a la escena. Si el cementerio se en­contraba en la otra orilla del Nilo, deteníase el cortejo para embarcarse en balsas que cruzaban el río. Llegan­do al otro lado se cargaba la momia en el carro y vol­vían a formarse los grupos en el orden anterior. Una vez llegada al lugar de su último descanso, primera­mente recibía la momia las ofrendas y los saludos de despedida de sus parientes y amigos, y luego se cele­braba la "ceremonia de la apertura de los ojos y de la boca'', así llamada porque con ella se devolvían al di­funto los sentidos que había tenido en vida. En fin se depositaba la momia en la quietud de su tumba.


Cabe ahora detenerse sobre cómo era momificado el cadáver. El cuerpo del difunto era entregado en manos de los especialistas y éstos procedían al embalsama­miento, cuya primera operación consistía en extraer el cerebro por la nariz usando un garfio especial. Se lle­naba luego el cráneo con un compuesto de betún líqui­do que enfriándose lo endurecía. Se sacaban después los ojos y se reemplazaban con pupilas de esmalte. En seguida, por medio de una piedra muy afilada, se hacía una incisión en el costado izquierdo, de donde se ex­traían los intestinos y las visceras. Estas, después de tratadas con betún hirviendo, se envolvían con el cere­bro y el hígado y se colocaban en cuatro vasos funera­rios de barro cocido, piedra caliza o alabastro, o a ve­ces de piedra dura o metal, según los bienes poseídos por el difunto.


RITO DE LA MOMIFICACION Y LA CEREMONIA FUNEBRE


Estos vasos, que se colocaban cerca de la momia todos juntos en una sola vasija, tenían tapas coronadas por cuatro cabezas distintas que simboliza­ban los cuatro genios funerarios: una humana, una de chacal, una de gavilán v una canina. El interior del vientre y del estómago se lavaba luego cuidadosamente con vino de palma, se secaba con polvos de plantas aromáticas, se rellenaba después con mirra triturada o aserrín de madera perfumada, y así preparado, el cuer­po era sumergido en un baño de natrón (carbonato de sodio natural), dejándolo allí por setenta días, al cabo de los cuales la carne y los músculos se habían reabsor­bido completamente, quedando sólo la piel adherida a los huesos. El pelo de los hombres se cortaba al rape, en tanto que a las mujeres se les dejaba entera su es­plendorosa cabellera.


Se tomaban entonces unas vendas estrechas e impreg­nadas de resina en su cara inferior, y con ellas se envol­vía cada dedo separadamente, luego la mano y por úl­timo el brazo. La misma operación se hacía con cada miembro. Para la cabeza el trabajo era aún más meti­culoso: el contacto inmediato con la piel se hacía a tra­vés de un lienzo muy parecido a la muselina y varias capas de tela se aplicaban a la cara con una adherencia tan perfecta que de haber sacado de una vez las vendas, éstas hubieran podido servir de molde para hacer una máscara mortuoria. El cuerpo entero se envolvía luego en vendas y se colocaba en posición horizontal, con las manos cruzadas sobre el pecho o los brazos ex­tendidos a los costados. Los cadáveres de los faraones eran, en cambio, envueltos en una tela o en una caja de oro repujado que reproducía en relieve las facciones del difunto.


Casi perfecto es el estado de conservación de las momias en los museos egipcios de El Cairo y Alejandría y de los otros países. La momia más anti­gua que conocemos es la de Sekkeram-Saef, uno de los hijos de Pepi I, perteneciente a la VI dinastía, hallada en Saqqarah, cerca de Menfis, en 1881 y conservada actualmente en el museo de El Cairo. La habilidad de los embalsamadores ha permitido al tiempo transmitir­nos los retratos de los grandes faraones. En la cabeza marchita de Mernefta (por muchos considerado el fa­raón del éxodo hebraico) aún reconocemos la nariz ca­racterística de su familia y las cejas tupidas; en la de Ramsés II los rayos X han demostrado que sin duda el gran faraón padecía de dolor de muelas.

domingo, 8 de junio de 2008

Tumba de Amenofis

0 comentarios

Tumba de Amenofis


El sepulcro de Amenofis II se abre al pie de un contrafuerte rocoso. Un largo pasillo de gra­das muy empinadas lleva al hipogeo, el que en ángulo recto conduce a una vasta sala cuya pared superior es sostenida por seis pilares rectangulares magní­ficamente decorados.


Ubicacion de la Tumba de Amenofis II


En esta misma sala fue hallado el sarcó­fago del rey. La momia estaba todavía intacta, llevando una guirnalda de flores alredodor del cuello y un ramillete de mimosas sobre el corazón. Esce­nas del "Libro de lo que está en la Duat", se extienden en los muros, al igual que en un largo papiro.

miércoles, 28 de mayo de 2008

Tumba de Inherka y de Senedyen

0 comentarios

Tumba de Inherka y de Senedyen


En tiempo de Ramsés III y Ramsés IV, Inherka ocupaba el cargo de "Vicemaestro del doble País en la Plaza de la Verdad".


Había mandado construir dos tumbas al mismo tiempo. La más baja y más cercana al pue­blo atestigua un talento creador original y una viva fantasía, sobre todo en las escenas de vida familiar, como la que representa a los esposos vestidos con los mismos trajes de lino mientras participan en un banquete, sen­tados en actitud afectuosa.


Tumba de Inherka y de Senedyen En Egipto


La cámara principal de la sepul­tura es todo lo que hoy queda de la tumba de Senedyén, funcio­nario en tiempo de la XIX dinastía y "Servidor en la Plaza de la Verdad".


Las pinturas que allí se ven son entre las más hermo­sas de todo el valle en cuanto a vivacidad y lozanía de colores. En una de las paredes del fondo está representado Senedyén que en compañía de su esposa tra­baja en los campos del Ialu (el paraíso egipcio), arando, sem­brando y cosechando el trigo.


En la otra pared, los esposos adoran a los dioses del mundo infernal. A la cabeza de todos los dioses está Osiris, cuyo color verde simboliza la renovación de la vida en prima­vera.

martes, 15 de abril de 2008

Tumba de Ramos

0 comentarios

Tumba de Ramos


Ramos ocupaba el cargo de "Gobernador de la Ciudad y Vicerrey" durante el reinado del faraón herético Akhen-Atón.


A la muerte de éste Ramos tuvo que renunciar su derecho a la tumba hecha construir anteriormente (tal vez en Tell el-Amarna, pero no hallada todavía) y mandó construir ésta en Tebas.


Los bajorrelieves que la adornan son plásticamente muy hermosos y en ellos la figura humana está representada con gran naturalidad.

martes, 18 de marzo de 2008

Tumba de Sen-Nefer

0 comentarios

Tumba de Sen-Nefer


Para bajar a la tumba de Sen-Nefer, "Príncipe de la Ciudad del Sur" durante el reinado de Amenofis II, hay una escala de cuarenta y tres gradas labradas en la roca. La tumba es también célebre por el parral pintado en la pared superior del vestíbulo.

jueves, 7 de febrero de 2008

Tumba de Seti I

0 comentarios

Tumba de Seti I


Por la complejidad de su construcción, la tumba de Seti I es una de las más notables de toda la necró­polis tebana. Consta de numerosas escaleras y de varias galerías que conducen a distintas salas, todas sostenidas por pilares. En una de ellas Juan Bautista Belzoni halló el sarcófago del faraón, labrado en una sola enorme loza de alabastro. Faltaba la momia, que había sido llevada a la tumba anónima.

miércoles, 2 de enero de 2008

Tumba de Tutankamon

0 comentarios

Tumba de Tutankamon


La historia del hallazgo de la tumba del faraón fallecido a la edad de sólo dieciocho años es muy larga, cautivadora y miste­riosa para poderla relatar aquí en su integridad. Hallada el 4 de Noviembre de 1922 por Howard Cárter quien trabajaba a las órdenes de Lord Carnavon, la tumba pasó a la historia cuanto menos por la enorme cantidad de tesoros de que estaba repleta la cámara funeraria, tesoros de que por suerte los ladrones no habían logrado apoderarse. Cárter en persona escribió el relato de este hallazgo histórico y vale la pena leerlo para vivir con él, día tras día y minuto tras minuto las varias etapas del acontecimiento.


A pesar de su fabuloso contenido, la tumba era más bien modesta, tal vez por haber sido construida a toda prisa, con motivo de la muerte improvisa del rey. Entre todos los ornamentos fúnebres halla­dos en el interior, sobresale por su belleza el sarcófago del faraón.


Historia de la Tumba de Tutankamon


En realidad sería más acertado hablar de sarcófagos, pues el cuerpo del soberano estaba contenido en tres distin­tos ataúdes: uno de madera dorada, otro también de madera adornada con pasta de vidrio y en fin un tercero de oro macizo. El sarcófago de oro del faraón es una de las obras maestras de orfebrería de todos los tiempos: mide 1,80 metros de largo y consta de 200 kilos de oro incrustado con lapislázuli, tur­quesas y cornalinas. Así y todo, lo que más llamó la atención de Cárter y de sus cola­boradores fue una pequeña corona de flores secas, último y patético saludo de su esposa al niño faraón.


En fin, a la historia del hallazgo, ya en sí romancesca, hay que añadir el capítulo todavía obs­curo de la "maldición del faraón". La muerte violenta, prematura e improvisa de los que habían tomado parte en la expedición de Lord Carnavon (excepto, hecho extraño, la del mismo Cárter), hizo correr voz de que tratábase de la venganza del faraón, cuyo reposo eterno había sido turbado. La historia está llena de leyendas parecidas, pero ésta, en realidad, no añade sino más fascinación a la aven­tura ya tan cautivadora de Tutankamón.